Escrito por Cornell Woolrich y publicado por Espasa, el libro "La ventana indiscreta y otros relatos" tiene 268 páginas. Incluye los relatos siguientes:
"La ventana indiscreta":
No sabía sus nombres. Jamás oí sus voces. A decir verdad, no los conocía siquiera de vista, puesto que con la distancia que nos separaba me era imposible distinguir sus facciones de un modo preciso. Y, sin embargo, hubiese podido establecer un horario exacto de sus idas y venidas, registrar sus actividades cotidianas y repetir cualquiera de sus hábitos. Me refiero a los inquilinos que veía en torno al patio...
"Poyecto de asesinato":
Dos mujeres merendaban juntas en un elegante salón de té lleno de gente. No quedaba ni una mesa libre, y tan sólo por casualidad se veía algún hombre entre la clientela. A esas horas, los hombres están, por lo general, ocupados en su trabajo. Docenas de voces femeninas, en plena conversación, vibraban en el aire.
En nada se distinguían aquellas dos mujeres de las demás que allí estaban. Ambas eran elegantes, bellas y aproximadamente de la misma edad: al borde de la treintena o poco más. Una de ellas era rubia; la otra, la más bajita, morena y de piel clara. La rubia lucía una alianza. La morena, no. Realmente, en nada se distinguían de las otras mujeres que se reúnen en los cuatro extremos del mundo a esa misma hora en lugares semejantes.
Podría suponerse que su conversación tampoco se distinguía en nada de lo corriente: la nueva moda de sombreros, la longitud de las faldas en la nueva temporada, si es más favorecedor recogerse el cabello sobre la nuca o dejárselo suelto, algún chisme sabroso o alguna calumnia. La rubia, Pauline Baron, había convertido la conversación en un monólogo. La morena, Mary Stewart, se contentaba con escucharla, mostrando su conformidad con movimientos de cabeza o con algún comentario.
Ambas tenían un aire natural, desenvuelto. Mary Stewart sostenía un cigarrillo entre sus cuidados dedos; de cuando en cuando, Pauline se llevaba la taza a los labios y graciosamente bebía un sorbo de té. Su conversación, sin duda alguna, debía de versar acerca del mejor modo de detener una carrera en la media o acerca de las «ocasiones» que se encuentran en los almacenes.
Pero si alguien se hubiera acercado lo suficiente a la pequeña mesa para poder oír…
Pauline había dejado de hablar en aquel momento y hubo una breve pausa. Luego, Mary sacudió la ceniza del cigarrillo.
—Entonces, si lo odias hasta ese punto, si ya no puedes soportar la vida con él por más tiempo y si además él se niega a devolverte la libertad, ¿por qué no lo matas? —sugirió tranquilamente—. ¿No lo has pensado nunca?...
"El pendiente":
Me senté ante el gran espejo del tocador y durante un minuto o dos apoyé la cabeza en las manos. Una copa de coñac me habría sentado muy bien en aquel momento, pero debía salir del dormitorio para conseguirla, exponiéndome a encontrar a Jimmy, que, a su vez, habría decidido hacer un alto en su trabajo para echar un trago tonificador. Por tanto, pasé sin el coñac.
En cuanto me rehíce un poco, abrí el bolso de lamé de oro para sacar… todo lo que llevaba dentro. Aquella temporada estaban de moda los bolsos grandes con los trajes de noche, moda que me resultó muy útil, pues tenía que ocultar varias cosas. Las cartas formaban un paquete muy abultado y a esto añadan el revólver, que cogí para sentirme más segura, aunque se tratase de un arma muy pequeña. Por las cartas tuve que entregar diez mil dólares en billetes...
"A través del ojo de un muerto":
—Oye, papá, ¿cómo se sabe cuando se ha cometido un asesinato?
—Pues cuando se descubre el cadáver —respondió sin hacerme mucho caso.
—Pero, si han escondido el cadáver, ¿cómo se sabe que lo han cometido?
—Si alguien desaparece, si dejan de verle durante algún tiempo, los amigos y los vecinos comienzan a murmurar y a comentarlo y acaban por informar a la policía.
—Y si nadie se ha dado cuenta, si nadie les dice nada, ¿cómo se enteran los policías?
—Pues no se enteran a menos de que descubran un indicio. Un indicio es algo, un objeto cualquiera, que se encuentra en un lugar donde no debiera estar… Resulta difícil explicarlo, Frankie…
"Cocaína":
Conozco muy bien, igual que todo el mundo, supongo, lo que se siente al día siguiente de una borrachera. Pero en nada se parecía a lo que entonces me estaba ocurriendo. Tenía todos los síntomas normales y, también, otros nuevos, completamente distintos. Sentía la lengua pastosa, la cabeza pesada y el estómago revuelto, pero, además, no veía con claridad. Todo cuanto miraba me parecía rodeado de innumerables círculos. Notaba las manos húmedas y frías, y los dientes ásperos, como si hubiera comido limones. Pero lo peor de todo era mi estado de ánimo. Tenía miedo. Miedo como un niño de siete años en una mansión vieja y sombría. Y créanme cuando les digo que es horrible tener miedo al mediodía, bajo un sol resplandeciente.
Pero aquello no era grave comparado con lo que experimenté la noche anterior, bajo los efectos de aquella sucia pócima. Me cubrí los ojos con las manos para reunir mis recuerdos y, de haber tenido otras dos, también me hubiera tapado los oídos. Las inquietantes escenas estaban en mí, en mi memoria, y no lograba borrarlas. Las veía borrosas, pero definidas...
"Si el muerto pudiera hablar":
Se encontraba en una habitación pequeña, situada detrás de la pista. Las lentejuelas de la blusa daban brillo y colorido a su figura; las mallas hacían resaltar los músculos de sus piernas. Su expresión era apacible. Estaba muerto...
"Los ojos que vigilan":
Janet Miller vivió algún tiempo como en trance, suspendida entre la vida y la muerte. Puesto que respiraba y absorbía alimentos, técnicamente podría decirse que vivía, pero no era así. Le habían arrebatado todo: la voz, el sol y el cielo azul. Y jamás se lo devolverían. Janet Miller habría muerto, sin duda, al cabo de un mes o dos, sólo porque ya no le interesaba vivir, si, lenta pero firmemente, una nueva chispa no hubiera engendrado en ella un ardor que vino a sustituir lo que hasta entonces fue su razón de ser.
La Venganza.
La chispa se convirtió en llama y la llama encendió una hoguera abrasadora. Janet no se había sentido tan llena de vida como entonces desde que su enfermedad la redujo a la impotencia. El fuego que la animaba ardía día y noche. No era preciso que lo alimentasen ni que lo reanimaran. El tiempo no existía para Janet. ¡Qué importaban las horas, los días o los años! Viviría hasta los cien de ser preciso, pero no iba a abandonar su puesto sLa chispa se convirtió en llama y la llama encendió una hoguera abrasadora. Janet no se había sentido tan llena de vida como entonces desde que su enfermedad la redujo a la impotencia. El fuego que la animaba ardía día y noche. No era preciso que lo alimentasen ni que lo reanimaran. El tiempo no existía para Janet. ¡Qué importaban las horas, los días o los años! Viviría hasta los cien de ser preciso, pero no iba a abandonar su puesto sin haber hecho pagar su culpa a los dos asesinos. No se le escaparían. Ignoraba cómo y cuándo, pero los castigaría...
"La libertad iluminando a la muerte":
—En tu oficio, no es lo que haces en tus horas de trabajo lo que cuenta, sino el modo como empleas tus horas libres. Televisión y cerveza, y cerveza y televisión, no piensas en otra cosa en cuanto has concluido tu jornada. ¿Por qué no buscas un modo de enriquecerte el espíritu?
—¿De qué manera?
—Visitando algún museo de cuando en cuando. Nuestra ciudad está llena de museos, bien lo sabe Dios. Contempla las obras de arte, las estatuas… ¡Lee algún libro!
Sonreí:
—¡Bah! ¡Ya estuve una vez en un museo, con mi madre, cuando era niño! La escandalizaron tanto las estatuas y los cuadros que no quiso dejarme volver más...