Grafenwöhr, 10 de diciembre de 1944, poco después del anochecer, los hombres de la Operación Grief dejan el campamento de Grafenwöhr y suben a un tren especial de transporte. Los vagones están camuflados para parecer un cargamento de árboles de Navidad destinados a las tropas del frente occidental. Sus vehículos, recién pintados y con accesorios americanos, se cargan en plataformas cubiertas en la parte trasera del tren. Los hombres de Skorzeny, vestidos con uniformes norteamericanos, tienen prohibido abandonar los atestados vagones durante los días de trayecto. Un destacamento de la Gestapo sube a bordo para proteger el tren y desviar las preguntas de los extraños acerca de su evidente secreto.
La 150ª Brigada Panzer se apea del tren poco antes de la medianoche del 12 de diciembre, cerca de un campo de instrucción de la infantería en Wahn, al sudoeste de Colonia, donde se alojan para pasar la noche. Para evitar el contacto con unidades regulares de la Wehrmacht, permanecen confinados en los edificios durante todo el día siguiente. Al caer la noche, con el campamento a oscuras, la brigada sube a sus propios vehículos para dirigirse a Münstereifel, treinta kilómetros más cerca de la frontera belga. Durante el trayecto, la lona de camuflaje resbala de un semioruga y revela su estrella aliada de cinco puntas. Una patrulla de la Wehrmacht intenta interceptar lo que parece ser una columna de vehículos norteamericanos. Es detenida por la Gestapo y no se la volvió a ver.
Los comandos pasan el resto de la noche junto a una apartada caseta forestal, organizándose en unidades de patrulla y cargando combustible, munición y los suministros de última hora.
A las seis de la madrugada llega Otto Skorzeny y la compañía se reune ante la caseta. Skorzeny, el único soldado presente con uniforme alemán, ordena que le rodeen en círculo, de manera informal, como hacen los americanos. Les dice que su aspecto y su actitud reflejan una transformación completa y convincente: Ahora son soldados norteamericanos.
Skorzeny intenta animarles con relatos sobre la larga historia de victorias alemanas en las Ardenas y la precariedad de la actual situación de los Aliados. Les pide prudencia en el uso del combustible y que gorreen todo el que pudan sobre el terreno. Deben evitar a toda costa cualquier hostilidad con el enemigo.
—Todas las patrullas deben permanecer en contacto por radio con el mando. Nuestra misión depende de la información que puedan transmitir. Tomen nota de todo cuanto vean u oigan. Confíen en su preparación. Procuren no correr riesgos innecesarios.
Un hombre formula una pregunta que estaba en la mente de todos:
—¿Nos tratarán como espías si nos capturan?
—Lo he consultado con expertos en derecho internacional. Si son capturados, pero llevan el uniforme alemán debajo o se cambiarán con antelación, creemos que gozarán de la misma protección que un prisionero de guerra.
Antes de darles tiempo a cuestionarlo, Skorzeny les desea buena suerte y estrecha la mano de todos los hombres. Detrás de él, su ayudante entrega a cada soldado un encendedor Zippo plateado. Les dicen que todos los encendedores contienen un vial de cristal de ácido prúsico y que el veneno puedeutilizarse ofensivamente, para someter a un oponente. Con lo que insinuan que se espera que lo utilicen ellos mismos si la captura es inevitable.
Versalles, Francia, 16 de diciembre, 15:00 horas, Dwight Eisenhower se recupera de la resaca del champán que había bebido esa misma mañana. Su ayuda de cámara, un antiguo botones llamado Mickey McKeough, acaba de casarse con su novia y sargento del ejército femenino en la capilla dorada de Luis XIV del palacio Trianón, dentro del recinto de Versalles. Eisenhower había comentado a un amigo que los diminutos novios estaban tan guapos que podrían decorar su propio pastel de bodas. El convite se había prolongado hasta primera hora de la tarde y, cuando se acabó el champán, habían sacado más de la bodega privada del general. A tan sólo nueve días de la Navidad y con el frente firmemente controlado por los Aliados, son pocos los agotados miembros del Cuartel General Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas que necesitaban una excusa para desahogarse, aunque desear lo mejor a Mickey y su esposa es una de las más apropiadas.
El general Eisenhower tiene un motivo de celebración más personal. Esa mañana ha llegado un telegrama con la noticia de que el presidente Roosevelt había presentado al Congreso su nominación para el puesto de capitán general del ejército. Esta nueva graduación supone la llegada de su quinta estrella y convertirse en la única autoridad de todas las fuerzas armadas aliadas en Europa. Desde la Primera Guerra Mundial no se ha conferido tanto poder a un único soldado. Tras pasar dieciséis años como comandante en trabajos de despacho, Eisenhower había ascendido de teniente coronel a la graduación más elevada del ejército en poco más de tres años. El afable hombre de Kansas, de cincuenta y cuatro años de edad, ha planeado celebrarlo aquella noche con una cena privada y algunos compañeros de copas, entre ellos uno de sus mejores amigos y colegas, el general Ornar Bradley. Bradley ha conseguido que les enviasen, desde la costa normanda, una caja de las ostras favoritas de Ike. Sus recientes éxitos en campaña hacen que, por primera vez en dos años, Eisenhower sintiera que puede librarse brevemente del peso de la guerra.
Eisenhower, Bradley y otros cuatro oficiales se encuentran en el salón de baile Clemenceau del palacio Trianón de Versalles, que utilizan como sala de mapas. Celebran una relajada reunión sobre cómo acelerar la instrucción y la llegada de soldados de reemplazo desde Estados Unidos. Eisenhower bebe café, fuma un cigarrillo tras otro, se mete un puñado de aspirinas en la boca y toma un gran almuerzo para intentar librarse del dolor de cabeza ocasionado por el champán matinal, antes de enfrentarse al whisky de la noche. Ya se medicaba la tensión alta y el estrés. Su rodilla izquierda, afectada por un esguince desde hace dos meses y que se recupera lentamente, le duele por la llegada de un frente frío. En el exterior, cercanos ya los días más breves del año, empieza a oscurecer.
La reunión se ve interrumpida por la llegada del ayudante del general de brigada británico Kenneth Strong, que era el jefe de Inteligencia de Eisenhower. Con semblante serio, el recién llegado hace salir a Strong de la sala. Eisenhower ve la misma expresión en el rostro de Strong cuando éste regresó y le pide que comparta las noticias. El responsable de Inteligencia se dirige a uno de los grandes mapas que adornaban las paredes.
—Estamos recibiendo informes fragmentarios de que esta mañana el enemigo ha contraatacado en un amplio frente. Aquí, en las Ardenas, sector del Primer Ejército, y hacia el sur hasta Luxemburgo.
Eisenhower mira a Bradley, cuyo cuartel general se encontraba en la ciudad de Luxemburgo.
—¿Qué sabes de esto?
—Ayer estaba en Spa con el general Hodges, pero no vi nada.
—¿Tampoco oíste nada, Brad?
—Cuando nos íbamos, llegaron algunos informes. Lo primero que pensé es que se trataba de simples escaramuzas; y es lo que sigo creyendo. Intentan dificultar nuestro avance por el Rin.
Eisenhower se pone en pie para acercarse al mapa y señaló el paso de Losheim. A este sector lo denominaban el «Frente Fantasma» porque apenas se había producido acción en él desde el asalto a París de Hitler, cuatro años antes. Eisenhower recuerda que ese tranquilo pasillo de once kilómetros había sido el carril rápido de las primeras invasiones alemanas de Francia en 1914 y 1870. Al concentrar sus efectivos al norte y al sur, tras expulsar a los alemanes de Francia, los Aliados han asumido que, en invierno, el terreno difícil y las malas carreteras de las apenas defendidas Ardenas no ofrecen ninguna ventaja estratégica o tentación táctica al maltrecho ejército nazi.
—Nuestra presencia en la zona es escasa, ¿verdad, Brad?
—Cuatro divisiones.
—Y están muy verdes, ¿no?
—Dos de ellas son reemplazos; las otras, veteranos sacados del frente después de duros combates.
—Así que mitad guardería y mitad asilo.
—Ése es el riesgo que hemos asumido.
—¿Cuántas divisiones tienen? ¿Tenemos un recuento?
—Aún no —respondió Strong—. Pero Jerry ha establecido una concentración estable al otro lado de la Sigfrido, diez divisiones ya...
—E Inteligencia siempre ha indicado que era una línea puramente defensiva, en anticipación a nuestro avance contra ellos —dijo Bradley, levemente irritado.
—Pues bien, ahora ya no es defensiva.
—Tiene que tratarse de un ataque local, para distraer el avance de Patton por el Rin.
A todos les había sorprendido la noticia, pero Eisenhower fue el primero en recuperarse. Su dolor de cabeza había desaparecido, barrido por la inquietud y la lucidez.
—Éste es nuestro punto más débil. ¿Por qué atacarían nuestro punto más débil con tantos efectivos?
—Desconozco la respuesta —admitió Bradley—. No tienen un objetivo territorial, ese terreno no vale nada.
—Esto no es una maniobra de distracción. No con esos efectivos.
—¿Entonces qué clase de ataque es? —preguntó Bradley.
—Aún no lo sé, Brad; pero no voy a esperar a descubrirlo. El Primer Ejército no tiene reserva, nos han pillado con los pantalones bajados.
—Estoy convencido de que, a estas alturas, Hodges nos habría informado...
—Quizá no puede. Moviliza la 7ª Acorazada, que salga de Holanda y que marche hacia Spa por la mañana. Y quiero tres divisiones más en alerta para apoyar el sector hasta que el asunto esté solucionado —determinó Eisenhower—. ¿Qué tenemos disponible?
—Tenemos la 82 y la 101 acampadas cerca de Reims —respondió Strong.
—Todavía las están reequipando —terció Bradley.
—Cancela todos los permisos, que vuelvan al campamento y estén listos para partir en veinticuatro horas. Patton tendrá que cedernos una de las suyas para la tercera —dijo Eisenhower.
—Eso va a repercutir en su avance por el Sarre. A George no va a gustarle —objetó Bradley.
—George no dirige esta maldita guerra —replicó Eisenhower.
Hasta el día siguiente no sabrán que el general Courtney Hodges, comandante del Primer Ejército con sede en Spa, llevaba toda la mañana intentando alertar al cuartel general aliado de Versalles, pues las tropas alemanas estaban barriendo sus posiciones avanzadas. Todas las líneas telefónicas estaban cortadas.
El mal tiempo en las Ardenas empeoró durante la noche. Soplaron vientos fríos y un frente muy nuboso descargó tormentas de aguanieve y nevadas esporádicas. Al otro lado del canal de la Mancha, las nefastas condiciones meteorológicas azotaron toda Inglaterra, lo que obligó a permanecer en tierra a los cazas y bombarderos aliados que podrían haber frenado el avance alemán inicial. Los C-47 de transporte no pudieron despegar de las bases británicas, lo que dejó sin refuerzos ni nuevos suministros a las tropas asediadas en un frente que se hacía cada vez mayor.
Al amanecer, las inconexas comunicaciones que recibía el Mando Supremo Aliado habían acabado por dar forma a la alarmante realidad: el sector más débil del frente estaba siendo atacado por treinta y seis divisiones, más de medio millón de hombres, la mayor ofensiva alemana de toda la guerra.
Cuartel General del Cuerpo VIII, Bastogne, Bélgica, 18 de diciembre, 7:00 horas, recibe un telex del Cuartel General del Primer Ejército: ¡Alerta de emergencia para todas las unidades de Bélgica, Luxemburgo y Holanda. Se advierte de la presencia de comandos alemanes vestidos con uniformes americanos y que conducen vehículos americanos en la zona de combate, por detrás de las líneas aliadas...!
A medida que día avanza, la alerta referida a los comandos de Skorzeny paraliza el campo de batalla norteamericano. La policía militar cierra todas las intersecciones importantes que se hallaban bajo control aliado. Con una vigencia inmediata, en los controles se prohibe el paso de todo hombre alistado u oficial que no esté al corriente de la contraseña. El tráfico va acumulándose tras las barreras y, durante las horas críticas de la ofensiva, el movimiento de las tropas americanas se estanca por completo. Se retrasan los refuerzos, cientos de soldados acaban bajo custodia e informes importantes se retuvieron durante horas. En todas las barracas aparecen carteles con información de los impostores. Un ejército de hombres que nunca había tenido razón alguna para desconfiar de su uniforme se mira ahora con paranoia y desconfianza. Las especulaciones sobre los objetivos de la 150ª Brigada Panzer se extendien por todo el campo de batalla. Ni el mismo Otto Skorzeny se hubiera atrevido a esperar que la mera mención de sus comandos crease semejante caos en las filas aliadas.
De entre los miembros de su brigada, Skorzeny ha seleccionado un pequeño grupo de hombres unidos por un juramento de sangre, adiestrados en secreto para mezclarse entre el caos y desaparecer. A ellos se les envía a cumplir un Segundo Objetivo que significa, con toda certeza, la muerte segura: un asesinato que podría cambiar el curso de la historia...
Escria por Mark Frost y publicada por EDB FICCION, la novela "Segundo Objetivo" tiene 400 páginas.