lunes, 8 de abril de 2019

RECOMENDACIÓN: "HIJOS Y SOLDADOS. LA EXTRAORDINARIA HISTORIA DE LOS JUDÍOS QUE LUCHARON CONTRA HITLER", DE BRUCE HENDERSON


Cuando Hitler llegó al poder en Alemania, en 1933, declaró la guerra al medio millón de ciudadanos judíos del país.

En 1935, con la aprobación de las Leyes de Núremberg, los judíos alemanes se convirtieron en ciudadanos de segunda clase y vieron revocados la mayoría de sus derechos políticos. 

Las restrictivas Leyes puestas en práctica por los nazis afectaron a judíos de todas las edades y en todos los ámbitos de la vida social; de hecho, incluso se expulsó a los niños de las escuelas públicas.

Solo los alemanes con cuatro abuelos no judíos eran considerados "racialmente aceptables", y el judaísmo pasó a definirse como una raza antes que como una religión

Resultaba irrelevante si una persona profesaba o no la fe judía; de acuerdo con la Ley, si poseía "sangre judía", era judía, incluso aunque en realidad fuera cristiana practicante

Siguiendo el dogma del Tercer Reich que alentaba a las mujeres "racialmente puras" a engendrar tantos hijos arios como fuera posible, los matrimonios mixtos entre judíos y personas de "sangre alemana o afín" pasaron a ser delito

Hitler y el Partido Nazi difundieron la idea de que la población alemana era racialmente superior y estaba destinada a expandirse e imponerse a través de sus fuerzas militares

Un primer paso hacia esa meta, y el conflicto global que pronto se desencadenaría, se produjo en 1936, cuando Hitler envió al Ejército alemán a ocupar Renania, en el oeste del país, una zona que de acuerdo con los términos del tratado de Versalles debía permanecer totalmente desmilitarizada

Los judíos alemanes fueron comprendiendo la cruda realidad de que ni ellos ni sus hijos tenían futuro en el país.

Sus temores al respecto culminaron en noviembre de 1938 con la Kristallnacht, la conocida como "noche de los cristales rotos".

Una semana antes, el régimen nazi había expulsado del país a más de doce mil judíos de origen polaco que llevaban años residiendo legalmente en Alemania

Obligados a abandonar sus hogares en un solo día, fueron conducidos a las estaciones de ferrocarril más cercanas y llevados en tren hasta la frontera con Polonia, donde solo se permitió la entrada a cuatro mil de ellos y se negó el ingreso al resto

Ocho mil judíos se descubrieron de repente en una especie de limbo, atrapados y desamparados en la frontera entre ambos países

Pasaron una semana bajo la lluvia, aguantando el frío, privados de comida y sin alojamiento adecuado

Luego, el 7 de noviembre, Herschel Grynszpan, un muchacho de diecisiete años que vivía en París, hijo de dos de los judíos polacos deportados de Alemania, entró en la embajada del Tercer Reich en la capital francesa y disparó a un diplomático

Quería vengar lo que los nazis estaban haciendo con los judíos y, en particular, con su familia

En ese momento, Hitler y Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda, estaban en Múnich disfrutando de la celebración anual del Putsch de la Cervecería, la fiesta que conmemoraba el primer intento de Hitler de tomar el poder en 1923

A las pocas horas de conocerse la noticia, ya habían tramado la respuesta. Consideraron que el atentado (la propaganda nazi lo llamaría el "primer disparo de la guerra judía") era una oportunidad para desencadenar la acción violenta y masiva contra los judíos que llevaban tanto tiempo planeando

Ese mismo día, Goebbels esbozó ante los líderes del partido, y en medio de aplausos entusiastas, el pogromo nacional que se conocería como la Kristallnacht

A partir de la medianoche, desde la sede de la Gestapo en Berlín se enviaron a través del teletipo mensajes secretos a unidades militares y policiales de todo el país en los que se ordenaba la organización de manifestaciones antisemitas en ciudades, pueblos y aldeas a lo largo y ancho de Alemania, se alentaba la destrucción de las sinagogas y otras propiedades judías, y se autorizaba el arresto y detención en masa de judíos

Al día siguiente, las calles de Berlín se llenaron de multitudes furiosas que gritaban: "¡Abajo los judíos!". 

Armadas con pistolas, cuchillos, palancas y ladrillos, las bandas de simpatizantes nazis, muchos de ellos uniformados con la camisa parda de las SA, asaltaron a los varones judíos que encontraron a su paso, efectuaron arrestos generalizados y saquearon y prendieron fuego a sinagogas y casas y negocios judíos

En lugar de cumplir con su deber, los bomberos se cruzaron de brazos mientras veían arder los edificios. 

Casi un centenar de judíos murieron asesinados ese día, y más de treinta mil fueron arrestados y enviados a campos de concentración, donde apenas en cuestión de semanas cientos de ellos encontrarían la muerte

Aunque para entonces decenas de miles de judíos alemanes ya habían emigrado a Estados Unidos, la Kristallnacht fue la confirmación definitiva de que Alemania ya no era un lugar seguro para ellos. 

Abandonar Alemania significaba dejar atrás parientes y amigos, un hogar ancestral y los ahorros de toda una vida, sin tener garantía alguna de que sería posible superar la barrera que suponían las restrictivas cuotas de inmigración que existían en Estados Unidos y otras naciones, las cuales dificultaban el ingreso de más inmigrantes en sus territorios.

Un serio impedimento, para esos judíos que querían abandonar el país, fue la nueva Ley aprobada por los nazis con el fin de restringir la transferencia de efectivo, bonos u otros activos fuera de su territorio

Antes de ello, los alemanes podían sacar del país activos por valor de hasta diez mil dólares, pero los nazis redujeron esa cantidad, en un primer momento, a cuatro mil dólares

Sin embargo, a medida que la campaña para expoliar a los judíos se intensificó, la cifra se redujo todavía más, hasta los diez Reichsmarks, que entonces equivalían aproximadamente a cuatro dólares estadounidenses

Las sanciones legales por superar ese monto eran severas, y podían incluir penas de cárcel y la confiscación del patrimonio. 

Mientras esto ocurría en Alemania, el Departamento de Estado de Estados Unidos aplicaba con esmero una orden especial, promulgada por el presidente Herbert Hoover en 1930, que requería que quienes solicitaban el visado demostraran que no se convertirían en una carga para el gobierno en ningún momento, incluso mucho tiempo después de su llegada

Si los solicitantes carecían de medios inmediatos para su sustento, se exigía una declaración jurada de alguien residente en Estados Unidos que garantizara que no terminarían cobrando subsidios de desempleo

Este requisito, que no existía antes, ya había reducido el número de extranjeros admitidos en el país de 241.700 en 1930 a solo 35.576 en 1932, por lo que, sumado a los diversos tejemanejes que había que llevar a cabo para demostrar la independencia financiera, se convirtió en un obstáculo considerable para todos aquellos que querían emigrar a Estados Unidos

Ello hacía imposible que una familia completa pudiera salir de AlemaniaDesesperadas por escapar de los nazis, muchas familias tuvieron que afrontar la atroz decisión de separarse, acaso para siempre, cuando los padres descubrían que únicamente podían poner a salvo un hijo, menor de dieciséis años, a través de los esfuerzos de las organizaciones de ayuda judías en Norteamérica y el Reino Unido

Decidir quién se marchaba y quién se quedaba fue a menudo elegir entre la vida y la muerte

Para cuando Alemania entró en guerra con Estados Unidos en 1941, los nazis, en su empeño por crear una Alemania exclusivamente aria y resolver de forma definitiva lo que Hitler llamaba el "problema judío", habían sustituido la política de emigración forzosa por un proyecto de aniquilación masiva tanto de los judíos que aún se encontraban en el país como de los millones que estaban atrapados en los territorios ocupados por el Tercer Reich.

Muchas familias decidieron enviar lejos al mayor de sus hijos varones con el fin de que pudiera perpetuar el apellido

Por toda Alemania tuvieron lugar desgarradoras despedidas allí donde las madres y los padres acudieron a las estaciones de ferrocarril y los puertos marítimos para decir adiós a sus hijos

Esos niños judíos de origen alemán que llegaron a Estados Unidos en la década de 1930 sin padres ni hermanos tuvieron que adaptarse solos a la vida en un nuevo país. 

Ubicados en hogares de parientes lejanos o familias de acogida, se matricularon en escuelas públicas y se sumergieron en un idioma, una cultura y un mundo que les resultaban desconocidos

No obstante, con la ayuda de profesores dedicados y nuevos amigos, se americanizaron con rapidez, pese a conservar acentos que delataban su origen.

Supieron aprovechar los valores del Viejo Mundo que sus padres les habían inculcado, valores que subrayaban la importancia de la educación y el trabajo duro

Para cuando Estados Unidos entró en la guerra, los amados hijos enviados a América por familias desesperadas se habían convertido en jóvenes fuertes y robustos, encantados con la democracia y la libertad de la nación que los había acogido y, asimismo, ansiosos por regresar a Europa con el Ejército estadounidense para luchar contra Hitler, animados no solo por el patriotismo que sentían hacia su nuevo país, sino también para vengarse personalmente

A diferencia de muchas otras víctimas de los nazis, los refugiados judíos alemanes que se convirtieron en soldados estadounidenses tenían un medio para contribuir a la destrucción del régimen que los había perseguido a ellos y sus familias: hablaban la misma lengua. 

Pero había una pega. En diciembre de 1941, cuando Alemania declaró la guerra a Estados Unidos, los ciudadanos alemanes residentes en América pasaron a ser de forma automática "extranjeros enemigos"

Incluso después de que el Congreso aprobara una ley que permitía a estos ingresar en el ejército, algunos de ellos se encontraron con que se los destinaba a bases militares en las que los demás soldados desconfiaban de ellos y ridiculizaban sus acentos

En el Pentágono, los encargados de trazar los planes para la guerra pronto se dieron cuenta de que esos judíos alemanes que ya portaban el uniforme de las fuerzas estadounidenses conocían muy bien el lenguaje, la cultura y la psicología del enemigo y, además, tenían la mejor motivación para derrotar a Hitler

A mediados de 1942, el Ejército comenzó a moldearlos para formar con ellos una fuerza secreta y decisiva que contribuyera a ganar la guerra en Europa

Durante los siguientes tres años, se celebraron treinta y un cursos de ocho semanas en Camp Ritchie, Maryland, que consistían en intensas jornadas tanto de trabajo en el aula como de adiestramiento en el campo

El grupo más grande formado allí lo componían 1.985 judíos nacidos en Alemania, a los que se adiestró para interrogar a los prisioneros de guerra alemanes

Tras obtener la ciudadanía estadounidense por la vía rápida, estos soldados fueron enviados al extranjero con todas las unidades que luchaban contra los alemanes en primera línea

Los "chicos de Camp Ritchie", como serían conocidos, no tenían idea de lo que se iban a encontrar tras su regreso a Europa

Muchos no sabían ni siquiera qué había pasado con las familias que los habían enviado a Estados Unidos para ponerlos a salvo.

Ellos saltaron en paracaídas junto con las fuerzas aerotransportadas el Día D, desembarcaron en la playa de Omaha, atravesaron la Francia ocupada con los tanques de Patton y lucharon en la batalla de las Ardenas, la última y desesperada apuesta de Hitler para ganar la guerra. 

Luego penetraron en Alemania con los ejércitos aliados y formaron parte de las fuerzas que entraron en los campos de concentración nazis, donde vieron con sus propios ojos los horrores del Holocausto

Cuando terminó por fin el combate, llegó la hora de que estos hijos buscaran a las familias que habían dejado atrás.

Participaron en todas las grandes batallas y campañas de la guerra en Europa, en las que recabaron valiosa información táctica sobre las fuerzas, los movimientos de tropas y las posiciones defensivas del enemigo, así como sobre la moral de los alemanes

En el curso de la confrontación, los equipos formados por estos soldados judíos alemanes interrogaron a decenas de miles de militares del Tercer Reich recién capturados. 

Un informe secreto elaborado por el ejército en la posguerra halló que casi el 60 % de la información de inteligencia fiable reunida en Europa provino de los equipos adiestrados en Camp Ritchie

Escrito por Bruce Henderson y traducido por Luis Noriega, el libro "Hijos y Soldados. La extraordinaria historia de los Ritchie Boys, los judíos que regresaron para luchar contra Hitler", que fue publicado, en enero de 2019, por Memoria Crítica, tiene 432 páginas y puede ser adquirido por un precio de 21,90 euros.

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