En 1643, a la muerte de Luis XIII, su viuda nombró Primer Ministro a un seductor Cardenal italiano, Giulio Mazarino, que enseguida se ganó la aversión de la nobleza y de los burgueses de todo el país.
En Francia nunca se había visto nada parecido, un extranjero, y plebeyo por añadidura, se sentó junto al trono y dirigió el país contra viento y marea durante dieciocho años.
Mazarino contó hasta el final con el apoyo inquebrantable de la reina regente, Ana de Austria, y se granjeó rápidamente el odio de los nobles y del pueblo.
Se enfrentó a complots y revueltas en el país, y sostuvo guerras contra las potencias extranjeras en las fronteras. El Cardenal creía en Dios, sí, pero... razonablemente.
Logró, por fin, la paz, pero nunca obtuvo el reconocimiento de los franceses. En el fondo, nadie le perdonó nunca su origen plebeyo,
Mazarino era plenamente consciente de la fragilidad de su posición. Diplomático nato, conocía el valor de la paciencia y la observación detallada.
Mazarino no quiso desviarse de su objetivo principal: asentar la hegemonía de Francia, derrotando a los Habsburgo.
El conflicto armado se desarrolló en Holanda, Alemania y España. Pero mantener el esfuerzo bélico implicaba disponer de cuantiosos fondos.
Los impuestos cada vez más gravosos aplastaban al pueblo, e hicieron aumentar la impopularidad de Mazarino.
Una corriente de rebelión se desencadenó en el país y el malvado italiano volvió a encontrarse al enemigo en casa. En 1648, estalló la Fronda parlamentaria, un movimiento insurreccional que adquirió una dimensión revolucionaria.
Los Magistrados que formaban el Parlamento de París, del Tribunal Supremo del reino, decidieron encabezar la protesta contra el aumento de impuestos y los métodos absolutistas de la monarquía que amenazaban sus propios privilegios.
En este ambiente revuelto, la Corte tuvo que abandonar París para instalarse en Saint Germain, a unos treinta kilómetros de la capital.
Desde aquel lugar, el Cardenal armará un plan para recuperar el poder y destruir a los conjurados.
Para ello encargará al Conde de Nissac, Loup de Pomonne, héroe del Ejército frances dotado de inteligencia y un espíritu metódico, que aliste una tropa modesta en número, pero dotada de gran valor, con la misión de hacer fracasar los planes de la Fronda parlamentaria y de los señores que que la apoyaban, y, si fuera posible, humillarlos por su audacia.
Escrita por Frédéric H. Fajardie, "Los fulares rojos. Siete espadas al servicio de Luis XIV", que fue publicada, en septiembre de 2017, por Edhasa, tiene 576 páginas y puede ser adquirida por un precio de 30,00 euros.
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