Del Salón de los Rechazados al movimiento de los impresionistas, de joven artista sin dinero a gran burgués, de esposo a amante, la vida de Claude Oscar Monet fue de lo más variopinta.
Sin embargo, Monet se mantuvo fiel a un credo: el verdadero arte de la pintura tenía que ser puro, sincero y real.
Pintaba el mar, el cielo, las personas, como los hizo la naturaleza, entre la luz y el aire, simplemente como eran.
Para Monet la luz de la naturaleza no estaba en el interior. Su pintura era enérgica y viva.
Más que un realista, Monet era un intérprete poderoso y delicado que sabía como lograr cada detalle sin caer en la artificiosidad.
Dejaba de definir con la claridad las formas de lo que veía. En realidad, no pintaba lo que veía, sino la luz sobre lo que veía.
Dejaron de importarle los objetos que representaba. Buscaba otra cosa: reflejos, efectos, una atmósfera. Buscaba inundar de una luz absoluta su obra. Buscaba una impresión.
Su mirada fue la de un inconformista, que siempre estaba lejos, en los paisajes, mares y ríos que adoraba, y, por ello, consagró su vida a la búsqueda de la luz.
Escrito por Salva Rubio y dibujado por Ricard Efa, el álbum "Monet. Nómada de la Luz", que fue publicado, en marzo de 2017, por Norma Editorial, tiene 112 páginas a color y puede ser adquirido por un precio de 22,00 euros.
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