sábado, 19 de enero de 2019

RECOMENDACIÓN: "FELIPE IV. EL GRANDE", DE ALFREDO ALVAR EZQUERRA


Suele tenerse la imagen, ya desde el siglo XIX, de que Felipe IV fue un títere en las manos del valido

Ello se debía a su débil condición, a su estulticia congénita y a la visión subjetiva que de él han dado historiadores, literatos y aun directores de cine, en una arriesgada, abyecta e incluso estúpida visión de un rey y su reino. De un rey "pasmao".

Felipe IV era un convencido católico, como es de esperar del Rey Católico; pero, a diferencia de su padre, no era un mojigato

A Felipe IV las tareas de gobierno le placían y las ejercía con responsabilidad de rey, es decir, por encima de las decisiones políticas o administrativas, que esas eran cosas de sus ministros o de su valido, que estaba ahí para parar los golpes que intentara dar la infausta fortuna

El rey estaba para reinar y no para gobernar; si gobernaba era porque así se lo dictaban su conciencia, su educación, sus responsabilidades

No hay la menor duda de que Olivares ejerció enorme influencia en el rey, una influencia que fue más allá de lo político (que había sidoi, por decirlo de alguna manera, el límite de la relación entre Lerma y Felipe III) y le cautivó también en lo psicológico intentando educarle a su modo (Lerma, más inteligente que Felipe III, le supo manipular; Olivares intentó enseñar cómo ser a Felipe IV). 

Pero llega un día en que el joven deja de serlo y ya no hay sitio para la educación y las relaciones personales se establecen sobre otros criterios, o límites

El momento del cambio tuvo su fase crítica, de desavenencias. El momento de inflexión fue el de la enfermedad y recuperación del rey

Que el rey tenía sus vulnerabilidades, no hay duda. Entre ellas y fundamentalmente la falta de coraje para imponer por la fuerza de la autoridad su decisión personal y final: ¿o el respeto a lo que le recomendaban sus consejeros más experimentados

Porque no lo olvidemos, Felipe IV no siempre tuvo cincuenta y tantos años. Fue rey a los dieciséis

Olivares lo sabía, pero respetaba al rey: lejos de violentar sus decisiones, organizaba "juntas" por medio de las cuales se le decía al rey que estaba equivocado o no en sus deseos. 

Lerma era había sido más sibilino. Felipe III era un cautivo psicológico de su perversión moral. Por ello, la reina no le podía ni ver. 

Tanto Lerma como Olivares eran unos consumados seductores y engañadores de serpientes. Hipnotizaban al rey

El uno, con sus pérfidas e inteligentísimas artes (Lerma); el otro con su verborrea y graforrea (Olivares). 

Ambos daban al rey entretenimiento: viajes reales y cacerías por media España y especialmente por Castilla (Lerma a Felipe III), viajes por España y suave vigilancia en uno o dos palacios el otro (Olivares a Felipe IV). 

Ambos validos tenían sus taras: ciclotímicos, melancólicos, maniaco-depresivos... y megalómanos. 

Gran parte de esas maneras de ser y de vivir las utilizaban magistralmente poniéndolas al servicio de los reyes, para tenerlos sosegados y poder obtener de ellos lo que quisieran, pues, a fin de cuentas, todo emanaba de los monarcas

Los episodios de ansiedades, enfermedades en los momentos precisos, subidas de ánimo y preocupantes depresiones fueron constantes. De ese modo se hacían querer, pobrecillos, que enfermaban en momentos cruciales. 

Ambos validos hubieron de sufrir los ataques de otros que o no los entendieron, o los entendieron demasiado bien

Y ambos cayeron tras soportar más de un ataque político contra ellos, y, casualmente, en ambos casos hubo episodios en los que las reinas fueron cabezas ejecutivas de su oposición. 

Ciertamente ambos aborrecieron de los estatutos de limpieza de sangre y fomentaron, a su manera, el agrarismo. Olivares, con sus memoriales sobre el comercio fue más allá que Lerma. 

La muerte de sus familiares más allegados la tuvieron muy cerca (Lerma viudo, Olivares perdiendo a su única hija); y ambos usaron sus habilidades casamenteras para robustecer o fortalecer en el espacio cortesano tanto su persona, como su familia.

Lerma robó para sí mucho más que Olivares; pero ambos profundizaron en la "cleptocratización" de la monarquía

Que ciertamente Olivares dejó por escrito todos sus proyectos políticos, nos permite conocerle mejor en sus intenciones e incluso imaginarle como un pensador en España adelantado a su tiempo. Aunque ni le faltan exageraciones, ni imposturas, ni medias verdades, e incluso mentiras

Y Lerma también pensó mucho en el bien de España (o de la monarquía católica en su conjunto) y así junto a campañas militares que habrían sido un gran éxito (fracaso frente a Argel, por ejemplo), o habrían mantenido incólume el inmenso imperio que se regía desde Madrid (del que no perdió ningún territorio significativo), logró paces sonadísimas, como la de los Doce Años con los herejes, o el doble matrimonio de 1615 con Francia, para asegurar con él, también, la tranquilidad

Claro que semejantes repliegues en el exterior se saldaron como suele pasar: siendo traicionado por aquellos con los que había pactado

Así pues se puede afirmar que durante un lustro, hasta 1626 aproximadamente, y el azaroso o casi catastrófico primer viaje a Aragón, o más aún tras la sanación del rey, la relación entre él y el valido fue muy estrecha y formativa. 

Luego, el rey empezó a tomar (o a querer tomar) decisiones autónomamente en función no de caprichos de posadolescente, sino de hombre maduro con responsabilidad y consciencia. Y empezaron a saltar las chispas.

Qué duda cabe de que para Olivares lo más importante era la acción, sin importarle los medios, mientras que para el rey lo más importante era no traicionar a su conciencia en los asuntos de la política interior, la exterior, o la fiscal

Para Felipe IV era la religión lo más serio, o como espetó al Consejo de Estado el 2 de julio de 1627, "tenemos que poner esto [la religión] por delante, frente a las demás reglas y máximas del Estado".

La recuperación de la enfermedad del rey de 1627 tuvo un cierto influjo taumatúrgico que fue madurando en el rey, que vio que él debía gobernar y sobre todo ponerse al frente de sus ejércitos si era llegado el caso.

Felipe IV nació en 1605 y murió en 1665. Justo en 1643 dio licencia a Olivares para que se retirara a sus estados. Vivió, pues, dos décadas ayudado por este valido, menos codicioso y ladrón que  Lerma, más creyente en sus connaturales, agobiado por engrandecer la fama de su rey. Buscador de la gloria, frente al otro que buscó la paz. 

Pero si Felipe IV estuvo veinte años junto a su amparo (y no solo bajo su amparo, como Felipe III con Lerma), también es cierto que pasó veintidós años sin él

Rodeado de sus otros ministros abnegados y agobiados, como don Luis de Haro, y de personas que en verdad fueron personajes del máximo interés, como sor María de Ágreda… pero también Juan de Austria, Saavedra Fajardo, Diego Velázquez, o tantos más capaces de gobernar un Imperio bihemisférico a golpe de correos que lo recorrían al galope, con el soplo de los vientos de popa o con la energía de los brazos de presos y esclavos. Un mundo de energía de uña de caballo, eólica y de sangre.

Para mantener semejante imperio desde finales del siglo XV hasta principios del siglo XIX hubo que contar con una virtud que a todos daba cierta tranquilidad: la lealtad a unos principios. Lealtad, sí, a la dinastía y a la religión. La dinastía, a su vez, tenía unas obligaciones para con los vasallos; gravísimas obligaciones.

Felipe III, desde 1598 hasta 1618, vivió sometido a las artimañas psicológicas de Lerma. Cayó Lerma en 1618, murió Felipe III en 1621. Y no hubo más, ni valimiento, ni reinado.

Muchos sostienen que la sombra de Olivares eclipsó la luz de Felipe IV, pero olvidan que Felipe de Austria, sin Olivares, sobrevivió veintidós años

En esos veintidós años, Felipe IV se enfrentó una serie de problemas familiares-de Estado, o sea patrimoniales, de primera magnitud (desde la viudedad a las no deseadas segundas nupcias; la muerte de su esperanza el príncipe de Asturias, Baltasar Carlos,, al que adoraba, y así sucesivamente) y a una serie de acontecimientos que muy pocos reyes, gobernantes o políticos han tenido que arrostrar: la declaración de guerra de Francia en 1635 la conoció con Olivares y con su hermanastro el Cardenal Infante; los motines de la sal de Vizcaya también, pero lo demás, no

Así, las rebeliones de sus vasallos catalanes y portugueses; las alteraciones en Italia; las deslealtades aristocráticas en Andalucía y Aragón, y en fin, superar aquella espantosa década de 1640 que se fue cerrando en 1648 con las firmas de las Paces de Westfalia y que no quedó suturada hasta 1659-1660 con la Paz de los Pirineos y la entrega de su amada hija al rey de Francia para sellar con la sangre aquellos flecos que los pactos políticos no podían prever

Y volvió solo a Madrid, como volvió solo cuando se le murió repentinamente su hijo adolescente en Zaragoza, tres lustros antes.

lo largo de la vida  de Felipe IV, dos fueron las obsesiones que lo marcaron en lo personal y en la acción de gobierno: su profunda religiosidad y su consciencia de que era un pecador irredento y empedernido

Su religiosidad iba mucho más allá que el ser un gazmoño meapilas. Él estaba convencido de que la verdadera religión era la católica romana. Él estaba convencido de que había que defenderla absolutamente. Él se enorgullecía de encabezar una monarquía que era la que más había peleado por su protección. Él era determinista: si las cosas iban bien o iban mal, era porque esos eran los designios de Dios

Vivía en esperanza, porque Dios arreglaría todo para el bien de su pueblo. Vivía en la angustia: Dios castigaba a sus vasallos por culpa de los pecados de su rey

Y mientras que en la cristiandad, cada vez más Europa y menos cristiandad, pasaban las cosas que pasaban y se pensaba que la política se podía estudiar, analizar, aplicar, escribir, encauzar como obra de arte de la inteligencia humana, Felipe IV, y muchos más, seguían pensando en que nada había superior a la voluntad divina

Y mientras se lamentaba de sus pecados, que sin confesarlos todos sabían que eran carnales fundamentalmente porque no era bobo, fue el gran protector y defensor de la inmaculada concepción de la Virgen Santísima, acaso esperando… siempre esperando un algo

Y lo único que llegaban eran las muertes de sus seres queridos, la ruina de la monarquía y zozobras por todas partes.

Él fue el Rey Católico y era rey y católico. Político y hombre unidos en la misma dirección. La política supeditada a la religión. Luis XIII y Richelieu eran otra cosa. Luis XIV y Mazarino, también.

Felipe IV erró en sus concepciones del mundo en que vivía. Acaso fue demasiado leal a sus principios, que eran los de la dinastía que encarnaba y que había heredado y a la que no podía defraudar

Pero a Felipe de Austria le tocó vivir en un mundo de locos: el Sacro Imperio era cada vez más germánico y menos romano. Y era más una entidad política heterogénea que un patrimonio de la Casa de Austria. 

La fractura de la Universitas christiana era un hecho: ya no es que hubiera dejado de ser católica o reformada; es que ahora era católica, luterana, calvinista… y abiertamente más nacional y fragmentada que universal y unidaEl cardenal católico Richelieu lo entendió. Felipe IV parece ser que no.

Además, el mundo local se afanaba por mantener sus fueros en medio de todo ese galimatías

La monarquía Hispánica, que era panhemisférica y universal, estaba regida en sus entrañas por los derechos públicos y privados más privilegiadores de los naturales de cada territorio

Para movilizar un ejército que fuera a defender las fronteras frente al turco o al enemigo transpirenaico, había que consultar a las Cortes en exasperantes negociaciones, incluso inútiles

Por ello, claro que la fiscalidad regia buscó eludir a las asambleas territoriales, por la vía del arbitrismo. Si por muchos hubiera sido, el cardenal-infante no habría tenido con quiénes, ni con qué correr al socorro de Fernando II en Nördlingen.

En sus días, que fueron muchos, a Felipe IV se le conoció como Felipe el Grande, o el Cuarto Planeta, o el Rey Sol

A su muerte, la fragilidad de la herencia, que recayó en un enfermizo Carlos II, se vio asfixiada por la enorme presencia de un rey francés, hijo de española y casado con española que, obviamente, en esto como en otras muchas cosas, no tuvo a mal apropiarse de símbolos y lemas de la caduca monarquía de España.

Y así Luis XIV pasó a la historia como el Rey Sol. Hora es ya de que se sepa que fue el segundo y que el primer Rey Sol fue Felipe IV.

Escrita por Alfredo Alvar Ezquerra, la biografía "Felipe IV. El Grande", que fue publicada, en mayo de 2018, por la Esfera de los Libros, tiene 744 páginas y puede ser adquirida por un precio de 34,90 euros.

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