A partir de 1841, fecha de la publicación de "The Murders in the Rue Morgue", primer ejemplo y de algún modo arquetipo del género policial, éste se enriqueció y ramificó considerablemente.
Edgar Allan Poe tenía el hábito de escribir relatos fantásticos; lo más probable es que al emprender la redacción del texto precitado sólo se proponía agregar, a una ya larga serie de sueños, un sueño más.
No podía prever que inauguraba un género nuevo; no podía prever la vasta sombra que esa historia proyectaría.
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Esa historia para su autor no habrá sido muy distinta de "The Fall of the House of Usher" y de "Berenice".
Tal vez corrobora este acierto la circunstancia de que el crimen y su investigador hayan sido situados en París, lejana ciudad fuera del control de la mayoría de sus lectores.
Antes de revelar la explicación racional, Chesterton suele sugerir explicaciones mágicas; si alguna vez el género policial desapareciera, las historias del padre Brown seguirán acaso leyéndose como literatura fantástica.
Akutagawa, en la pieza que se incluye en esta antología, recurre a un medio sobrenatural para comunicar hechos reales.
La técnica de narrar un solo argumento a través de muchas versiones le fue sin duda sugerida por Robert Browning, cuya obra había traducido al japonés.
Ambos géneros, el puramente policial y el fantástico, exigen una historia coherente, es decir un principio, un medio y un fin.
El pasado siglo, y el presente, propende a la romántica veneración del desorden, de lo elemental y de lo caótico.
Sin saberlo y sin proponérselo, no pocos narradores de estos géneros han mantenido vivo un ideal de orden, una disciplina de índole clásica. Aunque sólo fuera por esta razón, comprometen nuestra gratitud.
En T"he Murders of the Rue Morgue, en "The Purloined Letter" y en "The Mystery of Marie Roget", Edgar Allan Poe crea la convención de un hombre pensativo y sedentario que, por medio de razonamientos, resuelve crímenes enigmáticos, y de un amigo menos inteligente, que refiere la historia.
Esos dos personajes, meras abstracciones en los textos de Poe, se convertirán con el tiempo en Sherlock Holmes y en Watson, que todos conocemos y queremos.
Algunos autores —baste recordar a A.E.W. Mason y a Agatha Christie— proponen un detective extranjero y un narrador inglés, que es más bien estólido.
Es curioso observar que en su país de origen, el género progresivamente se aparta del modelo intelectual que proponen las páginas de Poe y tiende a las violencias de lo erótico y de lo sanguinario.
Pensemos en Dashiell Hammett, en Raymond Chandler, en James Cain y en el justamente olvidado Erle Stanley Gardner.
En Inglaterra, en cambio, es tradicional contrastar la atrocidad del crimen con el tranquilo ambiente rural o universitario en que lo sitúan.
Para elegir los textos de este volumen Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares siguieron el único criterio posible, el criterio hedónico. La lectura de cada una de las piezas que lo componen, fue para ellos, y lo será para los lectores, muy grata.
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