lunes, 14 de septiembre de 2020

RECOMENDACIÓN: "FOUCHÉ. RETRATO DE UN HOMBRE POLÍTICO", DE STEFAN ZWEIG


La ambición y la intriga fueron las únicas pasiones de este hombre político, carente de escrúpulos y moral, que navegó a través de las convulsiones sociales y políticas de la Francia revolucionaria y del imperio sin mudar el gesto. 

Este aguardar en la oscuridad fue la actitud de Fouché durante toda su vida. No ser nunca el objeto visible del Poder y sujetarlo, sin embargo, por completo; tirar de todos los hilos eludiendo siempre la responsabilidad. 

Colocarse, parapetado, detrás de una figura principal, y empujarla hacia delante; y en cuanto ésta avanzaba excesivamente, en el instante decisivo, traicionarla de manera rotunda. Éste fue su papel preferido.

Lo interpretó como el más perfecto intrigante de la escena política, en veinte disfraces, en innumerables episodios bajo los republicanos, los reyes o los emperadores, siempre con el mismo virtuosismo.

A veces se le presentó la ocasión, y con ella la tentación, de representar el papel principal, el papel de héroe en el drama mundial. Pero fue demasiado perspicaz para desearlo seriamente. 

Tenía plena conciencia de su rostro feo y repulsivo, que no se prestaba para las medallas y emblemas, para el lujo y la popularidad, a lo que no podría ofrecer nada heroico con una corona de laurel sobre la frente. 

Sabía de su voz delgada y enfermiza que puede muy bien susurrar, sugerir, insinuar, pero nunca arrastrar a las masas con elocuencia inflamada. 

Sabía que su fuerza residía en el aposento de burócrata, en la habitación cerrada en la sombra. 

Allí podía acechar y explorar holgadamente, observar y convenir, tirar de los hilos y enredarlos mientras permanece impenetrable, hermético.

Éste fue el último secreto de la fuerza de Fouché, que, aunque anhelaba el Poder, la mayor cantidad posible de Poder, se conformó con la conciencia de su posición; no necesitó sus emblemas ni su investidura. 

Fouché tuvo amor propio desmesurado, pero no ansió de gloria; era ambicioso sin vanidad. La vara de lictor, el cetro de rey, la corona de emperador podían llevarlos otros tranquilamente. cedió gustoso el brillo y la dicha de la popularidad. 

A él le bastó con enterarse de la cosa, con tener influencia, con ser él quien mandó verdaderamente sobre quien tenía la apariencia de mando, y, sin exponer su persona, hacer el juego emocionante, el juego tremendo de la política. 

Mientras los demás se ligaban fuertemente a sus convicciones, a sus palabras y gestos oficiales, quedó él, tenebroso y escondido, interiormente libre; es lo permanente en el proceso fugitivo de apariciones. 

Los girondinos cayeron, Fouché permaneció; los jacobinos fueron arrojados, Fouché permaneció; el Directorio, el Consulado, el Imperio, el Reino y otra vez el Imperio zozobraron y desaparecieron, pero siempre permaneció él, el único, Fouché, gracias a su refinado retraimiento y a su valor audaz para perseverar en la falta absoluta de vanidad.

Escrito por Stefan Zweig y traducido por Carlos Fortea, el libro "Fouché. Retrato de un hombre político", que fue publicado, en febrero de 2011, por Acantilado, tiene 288 páginas y puede ser adquirido por un precio de 22,00 euros.

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