viernes, 27 de agosto de 2021

RECOMENDACIÓN: "REVOLUCIÓN 1: LIBERTAD", DE GROUZAEL Y LOCARD


En el verano de 1789, Luis XVI, intentando sanear las cuentas del Reino de Francia y volver a subir los impuestos, decide convocar un órgano consultivo inusitado desde 1614: los Estados Generales.

Los notables de los Tres estamentos que conforman el Reino de Francia -clero, nobleza y Tercer Estado-, eligen una asamblea de 1.139 representantes para llevar a cabo esa reforma fiscal. 

Llegan a Versalles cargados de protestas de todos los varones franceses mayores de veinticinco años. El contenido de esos pliegos de queja va mucho más allá de la simple crisis financiera.

Guerras ruinosas sufragadas por la Corte, préstamos continuados y exentes de impuestos para algunos privilegiados ... el Reino arrastra una deuda abismal.

Y sus arcas están vacías.

Amenazado de bancarrota, la mala cosecha de 1788 coloca al país al borde de la hambruna.

Mientras los agricultores esperan la cosecha del año con angustia, el mercado retiene el indispensable grano en sus graneros. 

En Francia, el poder emana de la persona del Rey.

Él dirige el país, asistido por su ministros y teniendo en cuenta la opinión de la Reina y su entorno.

Ese primer círculo lo completa la Corte, un heterogéneo conjunto de antiguas familias de aristócratas y nuevos nobles que han pagado un alto precio por llegar donde están.

Después, orbitando el sol versallesco, todo un mundo de financieros, agentes de cambio y magnates de la industria que han sabido hacer que la Corona dependa de su fortunas: la Bolsa de París.

Lejos de allí, pequeños y grandes señores de provincias se aferran celosamente a los poderes que la centralización monárquica aún no les ha arrebatado.

El duque de Orleans, primo de Luis XVI, posee un complejo de cafeterías de moda, boutiques de lujo y teatros, el Palais-Royal, en pleno corazón de París.

Esta meca de la vida social (y de la prostitución) se convierte en el epicentro de la agitación política del momento.

Naturalmente, esto hace que el duque muestre cierto interés por el trono, lo que propaga teorías conspirativas por todas partes. Se acusa a Orleans de financiar un formidable ejército de delincuentes.

La presencia de un asentamiento de parados y vagabundos arrojados a las calles por la miseria en los alrededores de la capital inquieta hasta a los parisinos más desfavorecidos y alimenta todos los fantasmas.

Tras el anuncio de la destitución de Necker, todo París entra en ebullición. Una procesión de manifestantes sale del Palais-Royal hacia los bulevares para exigir la restitución del ministro.

Cuando la masa llega a la plaza Luis XV, el comandante Besenval ordena cargar con s sables al regimiento de dragones del Príncipe de Lambesc.

Los manifestantes se refugian en el cercano Jardín de las Tullerías.

A la hora del paseo, los dragones se dispersan por los jardines, sembrando el terror entre las familias, pisoteando mujeres y niños, matando a un anciano y provocando la indignación hasta de los ciudadanos más moderados. Se ven varias compañías de la Guarida Francesa confraternizando espontáneamente con los parisinos.

Empero, con los dragones acuartelados en el Campo de Marte, se habla de numerosos refuerzos que acuden apresuradamente hacia la capital.

Obsesionados con las tropas extranjeras y los rumores sobre saqueos, los parisinos, dispuestos a defender su ciudad, ven resurgir otra amenaza más insidiosa: la carestía.

¿Cómo llevar los artículos indispensables hasta el mercado de Les Halles cuando las barreras, aunque destruidas, están férreamente vigiladas por los regimientos reales, infranqueables para la mayor parte de los que podrían abastecer París?

Esperando ayuda de la municipalidad, los insurgentes se congregan en la plaza del ayuntamiento y presionan a las autoridades para que les proporcionen armas y víveres. Los políticos, encerrados en su sala del consejo con su líder el preboste Flesselles al frente, parecen decididos a no hacer nada.

Tras el linchamiento del gobernador de Launay ante el ayuntamiento, un hombre de aspecto peculiar, ataviado con un casco de dragón, le corta la cabeza. El llamado Desnot, carnicero de profesión que se había hecho con el casco dos días antes, tras la carga en el Jardín de las Tullerías, justifica su acto presumiendo de saber trabajar la carne.

La cabeza, clavada en una estaca, se suma rápidamente a la del preboste Fleselles en una larga procesión por las calles de París.

Según Desnot, tras este macabro desfile, una cantidad considerable de gente le anima a llevarse los trofeos a casa para volverlos a sacar de paseo al día siguiente. Él contesta que, estando casado, "eso podría provocar una revolución", en su casa y que las llevará al Grand-Chatelet, con acuse de recibo, antes de celebrar su proeza.

A pesar de la derrota en el guerra de los Siete Años, el Reino de Francia sigue controlando el segundo mayor imperio colonial del planeta, cuyos productos constituyen un maná esencial -que los parisinos consumen en cantidades ingentes-, cacao, añil, porcelana, además de telas de algodón y por supuesto azúcar, con Santo Domingo como primer productor mundial.

Ahí está el dinero y los financieros no fallan, invirtiendo en masa en la Compañía de las Indias. Es el caso del banquero Necker, que hacer fortuna en los puertos de la vertiente atlántica.

Los cultivadores y colonos del Nuevo Mundo no dudan en propagar la presunta amenaza de la secesión para imponer sus intereses, considerándose los principales creadores aquella riqueza.

Sus esclavos pueden dar fe de ello.

El país entero se estremece.

Los rumores más espantosos, sobre bandas de bandoleros dispersas por los caminos que roban el trigo aún verde y saquean las granjas, alarman a las zonas rurales. Los campesinos y terratenientes se arman contra la amenaza y alertan a los pueblos vecinos, acompañados por el funesto toque de queda que propaga el miedo varias leguas a la redonda.

A menudo, estas patrullas armadas con horquillas y fusiles se confunden entre la polvareda del camino con esas hordas que pretenden repeler.

Para controlar a las milicias surgidas por todo el país, las ciudades de provincias siguen el ejemplo de París, donde la municipalidad, bajo la presión burguesa aprueba la creación de una fuerza policial de cuarenta y ocho mil hombres, que recluta entre los habitantes de los sesenta distritos de la capital y que pone bajo el mando del marqués de La Fayette.

Esta nueva Guardia Nacional parisina está compuesta -al menos sobre el papel- de seis divisiones de diez batallones cada una, formados estos por cuatro compañías de cien voluntarios civiles, a las que se añade una compañía llamada "del centro" formada por militares profesionales, provenientes en su gran mayoría de la Guardia Francesa, en plena desbandada.

Naturalmente, los puestos de mando recaen en los nobles.

Los acontecimientos del julio pasan por Francia como una tempestad. El reino se recupera de la conmoción transformado.

Qué cantidad de puestos ocupar tras la deserción de los nobles emigrados (que, dicho sea de paso, dejan en el paro a infinidad de peluqueros, perfumeros y criados), qué cantidad de nuevas plazas a ocupar en instituciones nacidas en esos días de julio, qué cantidad de de oportunidades, además de iniciativas personales y, sobre todo, ambiciones ... ¡todas ellas liberadas repentinamente de lso pesados grilletes del pasado!

Muchos consideran que la Revolución ha sido un éxito ... De hecho, ¿qué mejor prueba que la reciente reapertura de la Bolsa?

Con la llegada del otoño, la Asamblea concluye la redacción de su Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, pero el Rey, instalado en el silencio, se sigue negando a ratificarla. A pesar de la buena cosecha, el abastecimiento de París sigue teniendo problemas y el precio del pan sube a tres soles la libra. Para los más desfavorecidos, las conquistas políticas del verano no son más que mera palabrería y no han alejado, ni mucho menos, el fantasma de la hambruna.

Por otra parte, Necker debe reconocer que su ambicioso plan de crédito resulta inoperante. Las arcas están más vacias que nunca.

Empero lo que realmente indigna a los parisinos y, particularmente, a las parisinas son las últimas extravagancias de la familia real; al parecer, el monarca y su esposa, durante un banquete en honor al Regimiento de Flandes, se mostraron entusiasmados con las muestras antipatrióticas de los oficiales.

Y el mayor de los ultrajes: ¡incluso habrían pisoteado la bandera tricolor!...

Escrita y dibujada por Florent GrouazelYounn Locard, la novela gráfica "Revolución 1. Libertad", que fue publicada por Planeta, tiene 336 páginas a color y puede ser adquirida por un precio de 35,00 euros.

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