"Hay muchas personas débiles que piensan que el Imperio está muriendo. Demostradme ahora en nombre del Senado, el pueblo de Roma y el Águila de la Vigésima que se equivocan"
Desde los días de Augusto a los de Valentiniano, los guerreros de las naciones teutónicas habían hecho la guerra, casi sin cesar, contra Roma.
Apenas había existido ningún Emperador de Roma que no se hubiera visto obligado a luchar contra ellos, ni un Legado a lo largo del limes que no hubiera manchado las espadas de sus legiones con la sangre de aquellos pueblos.
No temían a nada. Creían que si morían en la batalla irían a un gran salón dónde los guerreros como ellos eran siempre bien recibidos, allí vivirían para siempre en un festín eterno.
Odiaban a Roma por muchas razones: la pérdida de la libertad, los fuertes impuestos, la injusticia de sus leyes, la crueldad de su reclutamiento militar.
Incluso, su ciudades, con sus casas y sus calzadas rectas, les parecían prisiones a hombres acostumbrados a cazar en bosques y vivir al aire libre.
En los días de grandeza y prosperidad, el otrora todopoderoso Imperio romano había considerado que eran necesarios ochenta mil hombres para proteger la frontera del Rhenus.
Pero esos días ya están lejos. Más allá del Rhenus, naciones enteras afilaban sus armas, acuciadas por el hambre y los sueños de la riqueza de Roma.
Una derrota más y el Imperio de Occidente, como una presa agrietada, se haría pedazos lentamente.
Paulino Gayo Máximo, llamado el General de Occidente, tenía que hacer lo imposible, sostener el Rhenus con una sola Legión, una fuerza de seis mil hombres.
Traicionados por un Emperador indigno al que habían servido fielmente durante años, ellos fueron los últimos defensores del limes del Rhenus.
Traicionados por un Emperador indigno al que habían servido fielmente durante años, ellos fueron los últimos defensores del limes del Rhenus.
El día dieciséis de enero del año mil ciento sesenta tras la fundación de Roma, la Vigésima Legión, la última en llevar el Águila, fue aniquilada en la trigésima piedra miliar de la la calzada de Augusta Treverorum.
El Águila de la Vigésima, brillante, fiera y antaño inmortal, se erguía entre las llamas. Poco a poco, se tornó roja y luego negra. Pronto dejó de ser nada más que un montón de bronce, fundido y goteante.
Sus últimas cohortes yacían en sus hileras triples sobre la nieve, estaban tan quietas como en una parada militar.
Sin embargo, ya no celebrarían ningún triunfo, ni saludarían a ningún General ni a ningún Emperador, ni recibirían su paga en oro, ni oirían sonar más trompetas.
Estaban más allá de toda esperanza y todo terror, ahora formaban parte de la leyenda de Roma. Habían vivido con honor y muerto con la espada en la mano.
"El Águila en la Nieve", que fue publicada por la editorial Alamut, tiene 320 páginas y puede ser adquirida por un precio de 23,95 euros.
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