viernes, 14 de julio de 2017

RECOMENDACIÓN: "LA VENGANZA DEL EMPERADOR", DE GISBERT HAEFS

"La venganza será del Señor, si tú la ejecutas". 



Cuando con apenas quince años Jakko es testigo del cruel asesinato de toda su familia y de la devastación de su aldea a manos de cuatro peregrinos que, la noche anterior habían solicitado asilo, el deseo de venganza queda grabado para siempre en su corazón y se convertirá en el objetivo de su vida averiguar los motivos que llevaron al asesinato de su familia.
Acogido por el enigmático Kassem ben Abdulá, y sus asistentes Jorgo y Avram, que se encuentran en Europa para llevar a cabo una misión por orden del Príncipe de Túnez, quien, a su vez, obedecía al Gran Turco, el azar situará a Jakko ante un destino prometedor al empezar a descubrir algunos secretos de su padre
Tras recorrer las principales ciudades europeas (Colonia, Bremen, Hamburgo, Dresde, Praga, Cracovia y Kiev, Novgorod, Reval, Estocolmo, Visby, Danzig, Copenhague, Londres y París, Gante, Lovaina, Leiden), Jakko participará en las violentas luchas que en la década de 1520 enfrentaron a la nobleza, el clero y el campesinado.
A lo largo de las páginas de "El asesino del Emperador" el lector presenciará como el Santísimo Padre Clemente VII y Francisco I formarán, con el Duque de Milán, Francesco Sforza, la República de Venecia, y algunos pequeños Príncipes del norte de Italia, la Liga Santa de Cognac, contra el Emperador Carlos
Enrique VIII se unirá a la Liga, mientras que, en el Sacro Imperio Romano Germánico, evangélicos y católicos mostrarán más interés por cortarse el cuello que por satisfacer los deseos del Emperador
La Liga Santa de Cognac reclutó tropas en toda Europa, pero no contó con que al Emperador Carlos le habían quedado unos cuantos mercenarios del ejército, que, hacía más de un año, había alcanzado la gran victoria de Pavía, y que, por supuesto, contaba con los regimientos españoles
En enero de 1527, dieciséis mil hombres, entre infantes, coraceros, españoles y caballeríapartirá de Posto Novo, junto a Piacenzacon destino a Roma con su Coronel, el Duque de Borbón, atravesarán las tierras del Papa, devastarán y quemaran todo en torno a Bolonia y en todas partes
El sexto día de mayo tomaron Roma por asalto, mataron a seis mil hombres y saquearon toda la ciudad; se llevaron todo lo que encontraron de todas las Iglesias y del suelo mismo, quemaron buena parte de la ciudad y pocas veces se detuvieron, también rompieron y quemaron todos los archivos, registros, cartas y documentos.
El Santísimo Padre se refugió con guardias, cardenales, obispos y romanos y otros cortesanos que no habían muerto en Castel Sant’Angelo
Allí lo asediaron durante tres semanas, hasta que el hambre le forzó a salir del castillo. Cuatro de los Capitanes alemanes, además de un Señor de España llamado Abad de Nájera y un Secretario, fueron enviados por el Príncipe de Orange y los Consejeros Imperiales al Castel Sant’Angelo para aceptar su rendición, como así ocurrió. 
Encontraron al  Santísimo Padre Clemente VII con doce Cardenales en una angosta sala; lo prendieron, y tuvo que firmar el artículo que el Secretario le leyó. Hubo gran dolor entre los refugiados en Castel Sant’Angelo, y lloraron mucho; los mercenarios alemanes y los regimientos españoles se hicieron todos ricos.
Permanecieron en Roma por dos meses, y se les murieron hasta cinco mil soldados y gentes de guerra por la pestilencia de los cuerpos muertos que no habían sido enterrados
En julio, escaparon de la muerte y salieron a la marca a cambiar de aires, como los de Narnia no querían dejarlos entrar y tampoco nos daban provisiones por su dinero, dos mil infantes conquistaron la ciudad y el castillo sin disparar un solo tiro, y luego mataron a mil personas, hombres y mujeres. 
En septiembre del mismo año, las tropas del Emperador Carlos volvieron a saquear Roma, encontraron grandes tesoros bajo tierra, y se quedaron allí seis mesesEl 7 de junio, el Santísimo Padre Clemente VII se rindió. Tuvo que entregar las fortalezas de Ostia, Civitavecchia y Civita Castellana, renunciar a las ciudades de Módena, Parma y Piacenza, y pagar cuatrocientos mil ducados y un rescate por la liberación de los prisioneros
Pero el asedio a Castel Sant’Angelo duró aún hasta diciembre, y el saqueo de la ciudad hasta bien entrado el año siguiente.
Los mercenarios alemanes que, antes del asalto a Roma, acusaban al Sumo Pontífice de ser el verdadero causante de su mala situación no estaban del todo equivocados
El Emperador Carlos los había reclutado y no les había dado ni alimento ni dinero; las miserables guerras por Italia que el Emperador Carlos y Francisco I libraron (con participación e íntima simpatía del Santo Padre, de los florentinos, venecianos e ingleses) fueron las que crearon aquel desierto por el que todos tenían que vagar, pasar hambre y perecer, y las que sentaron los cimientos de la rebelión; pero el motivo lo dio el aciago Clemente VII, que los miércoles concluía una alianza con los franceses, los jueves con el Imperio, los viernes otra vez con Francisco I y los sábados otra vez con el Emperador Carlos, para romperlas a la puesta de sol, cuando no si se formaban extrañas nubes; era Clemente VII quien llamaba al uno para expulsar al otro y luego pedía al otro que le quitara de encima al uno. Él que, todavía en Castel Sant’Angelo, durante el asedio, vendía capelos cardenalicios a cuarenta mil ducados. Él que negoció la capitulación con españoles y alemanes, pero que interrumpió las negociaciones al recibir la noticia de que se acercaban refuerzos y, tras esa ruptura, imploró poder reanudarlas en peores condiciones.
Clemente VII fue impredecible e indigno de confianza tanto para amigos como para enemigos, de los que cambiaba en cierto modo a cada hora; aparte de que no tenía voluntad alguna de punzar o curar los abscesos en el cuerpo de la IglesiaClemente VII permitió además que perdiera su poder por algún tiempo.
Otros le ayudaron en esa tarea. El rey de Francia, Francisco I, no tenía ningún interés en seguir debilitando al papado; quería tener todos los aliados posibles contra el todopoderoso Carlos, cuyos territorios rodeaban a Francia, por débiles y poco fiables que fueran. Todos servían para crear inquietud. El rey de Inglaterra, Enrique VIII,  no quería ver fortalecidos ni a Francia ni al Emperador, y necesitaba al Papa, el único que podía disolver su matrimonio con Catalina de Aragón, que no había sido bendecido con hijos. El 29 de mayo, Inglaterra y Francia renovaron un tratado firmado poco antes para formar una nueva Liga contra el Emperador Carlos y liberar al Papa,

¿Y el Emperador Carlos? Sin duda había hombres que le apremiaban a forzar la renovación de una Iglesia podrida y corrupta, que para júbilo de los evangélicos había caído y yacía en tierra; hombres que le apremiaban a llevarla de su fuerte mano a la senda de la virtud cristiana. Pero Carlos tenía que apoyarse en una Iglesia fuerte en España y en Alemania. Por eso quería que el Santo Padre convocara un concilio de renovación, y no podía afrontar el desafío de seguir debilitando sus pilares para que saliera de ello más sana y más fuerte. Porque durante la debilidad causada por la renovación podía derrumbarse, y su poder con ella.
Así que todo siguió como antesFrancisco I envió en 1527 un nuevo ejército a Lombardía, Venecia volvió a atacar Milán, y las hordas de mercenarios recorrieron Italia asesinando e incendiando.
Después de tomar parte en las guerras italianas, Jakko viajará hasta Viena, lo que nos conduce a hablar de Soleimán, al que también llaman Solimán o Salomón y Soleimán el Magnífico, Sultán, señor del Imperio otomano, gran rey, comendador de los creyentes, Padischá. Hijo de Selim el Severo, quien añadió Egipto al imperio otomano, y se afirma que tuvo cuatro hijos y mató o hizo matar a tres de ellos. En 1520, Soleimán asumió la herencia de su padre; en 1521, los otomanos tomaron Belgrado; en 1522, Rodas.
En 1526, Suleimán cayó sobre Hungría y, en la batalla de Mohács, el joven rey Luis II de Hungría perdió el reino y la vida

El sultán regresó a Constantinopla y dejó a los húngaros sumidos en una sangrienta disputa por la sucesión de Luis II. En realidad, según los tratados vigentes, ahora el archiduque Fernando de Austria debía llevar las coronas de Hungría y Bohemia. En Praga, se llevó a cabo la coronación de Fernando; en Hungría, se produjo una escisión. Una parte de la alta nobleza eligió rey al archiduque, en cambio la mayoría de la baja nobleza eligió al voivoda de Transilvania, Johann Zapolja. Lo coronaron, apoyados por los adversarios de los Habsburgo: el Papa, Francia y Venecia.
En la subsiguiente guerra húngara, al principio Fernando parecía que iba a vencer, pero Johann Zapolja no se rindió. Tanto en el este como en el oeste, los enemigos de los Habsburgo trataron de debilitar al Imperio; Francisco I envió oro y buenas palabras, y Zapolja pidió ayuda en armasSuleimán . En 1528, se firmó un tratado que establecía la soberanía de Soleimán sobre Hungría y una campaña común contra Fernando. Otros adversarios de los Habsburgo, entre ellos el poderoso obispo de Zagreb, instigaron sublevaciones y pequeñas guerras.
Un ataque del Imperio otomano, junto con las continuadas guerras, sobre todo en Italia, tenía que tener repercusiones sobre toda Europa. Naturalmente, el rey Fernando lo sabía, y se esforzó por conseguir el necesario armamento, mientras al mismo tiempo pedía y obtenía el salvoconducto para enviar una legación a Constantinopla. Su tarea era ganar tiempo.
Sin embargo, los legados no fueron hábiles; en vez de empezar por negociar un armisticio, exigieron la devolución de las ciudades y territorios húngaros ocupados, a cambio de lo cual ofrecieron paz y dinero. Como respuesta, recibieron una declaración de guerra.
A partir de finales de 1528, Fernando se esforzó por conseguir que le prometieran tropas. Moravia, Bohemia y los países austríacos respondieron a ello; los estamentos imperiales, con los que negoció en Spira, instalaron sin dilación centros de recogida de dinero, pero quisieron convencerse por sí mismos del peligro antes de negociar, y los príncipes y ciudades evangélicos negaron la «ayuda contra el turco» mientras no se les concediese plena libertad religiosa.
En busca de ayuda y aliados, Fernando envió embajadores a Polonia e Inglaterra; ambos regresaron a casa sin éxito. Su hermano, el Emperador Carlos, no podía enviar ni dinero ni tropas, y pedía él mismo jinetes e infantes alemanes para Italia. Únicamente la gobernadora de los Países Bajos envió españoles en ayuda de su sobrino, al mando de Luis de Ávalos. Marcharon Rin arriba, luego a Viena, pero primero fueron empleados en la inquieta frontera carniola. Allí había motines causados por falta de pagos de las soldadas. En septiembre de 1529, tan sólo quedaba algo más de la mitad de esas tropas.
Entretanto, los informantes habían comunicado que Suleimán había partido a primeros de mayo con un poderoso ejército que pronto alcanzaría Hungría. Los recursos a disposición de Fernando ni siquiera bastaban para pagar durante los próximos meses a las pocas tropas enviadas a ocupar y defender Hungría y para enviarles suministros de pólvora, armas, caballos, carros y víveres. Tuvo que recurrir a los bienes de la Iglesia, y negoció con los ricos banqueros y mercaderes de Augsburgo préstamos por valor de cuarenta y ocho mil florines

El conde Friedrich, del Palatinado, nombrado comandante supremo de las tropas, quería reclutar antes de septiembre siete mil mercenarios y mil seiscientos jinetes, lo que era demasiado poco. Al mismo tiempo, los príncipes del Imperio consideraron que las noticias recibidas no eran dignas de confianza; había que mandar hombres acreditados para asegurarse de que los turcos realmente "venían".
Más tarde, dicen que el gran visir Ibrahim Pachá dijo a una embajada de Fernando que era asombroso que, incluso en la más extrema angustia, tuvieran que viajar de país en país para mendigar, y que incluso entonces no reunieran los recursos para la guerra, que finalmente tuvieron que sufragar los más pobres de entre sus súbditos. "En cambio, basta con un gesto del padischá para reunir inconmensurables hordas de guerreros de los dos continentes —y al decir esto señaló por la ventana las cúspides de algunos edificios—, y en todo momento dispone de siete altas torres repletas de tesoros".
Y mientras el ejército del sultán avanzaba, en el Imperio se regateaba por cada florín. Para los mercenarios y los mil seiscientos jinetes prometidos, pero aún no reclutados, se establecieron las siguientes soldadas mensuales: Capitán cuarenta florines, Alférez veinte, mercenario cuatro, escribano doce, y además cada compañía recibiría cuarenta y cinco florines de "sobresueldo" para cuestiones imprevistas y "varias", y había también partidas para escribanos auxiliares, caballos, carros... Para pólvora y plomo no se encuentra nada en los listados, como tampoco para víveres. Incluso si los ocho mil seiscientos combatientes previstos hubieran sido todos simples mercenarios, se habría necesitado sin prima de leva más de treinta y cuatro mil florines de soldada para el primer mes, sin contar el forraje y los "varios". 

Jakob von Werdenau y Kunz Gotzmann, responsables del reclutamiento, únicamente recibieron entre los dos un anticipo compensable de cuatro mil florines, y el resto quedó encomendado a Dios.
De hecho, el Emperador Carlos tenía otras preocupaciones más apremiantes, no disponía del suficiente dinero para compensar las deudas que había contraído con los banqueros de Augsburgo. Entonces, los ricos y poderosos Welser, cansados de esperar el pago de la deuda, le propusieron que les cediera en feudo una parte de las nuevas tierras allende los mares para que las explotaran. Y al Emperador Carlos no le quedó más remedio que cederles Venezuela.
Por ello, en marzo de 1528, se firmó, en Madrid, un contrato en cuya virtud los Welser podrían nombrar Gobernadores y Corregidores, y quedarían exentos del impuesto sobre la sal y de todas las demás aduanas y tasas que normalmente había que pagar en el puerto de Sevilla. Podrían convertir en esclavos a parte de los nativos del país, los indios, y llevar esclavos africanos. Además, los colonos que los Welser asentaran recibirían una parcela de terreno cultivable cada uno.

Así, a lo largo de la década de 1520, Jakkob llevará a cabo una larga campaña de venganza que no solo le llevará a tomar parte en las guerras de religión entre católicos y evángelicos en el corazón del Sacro Imperio Romano Germánico, el saqueo de Roma y la defensa de Viena frente al Gran Turco, sino que, además, le conducirá hasta el feudo de los Welser en el Nuevo Mundo.
Escrita por Gisbert Haefs y traducida por Carlos Fortea, "La Venganza del Emperador", que fue publicada por la colección Narrativas Históricas de Edhasa, tiene 448 páginas y puede ser adquirida por un precio de 30,00 euros.

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