12 de enero de 1950, el secretario de Estado Dean Acheson, en un error garrafal, olvida incluir a Corea del Sur en el "perímetro defensivo" de Estados Unidos en Asia y las escasas fuerzas estadounidenses presentes en el país, incluidas en una minúscula misión asesora, no estarán en absoluto preparadas para lo que sucederá seis meses más tarde.
25 de junio de 1950, alrededor de siete divisiones de élite del Inmin-gun norcoreano, muchos de cuyos soldados habían combatido en el bando comunista en la guerra civil china, cruzan la línea de demarcación establecida en el paralelo 38 entre las dos Coreas con la intención de conquistar todo el sur en tres semanas.
Durante las primeras semanas de la invasión la ofensiva del Inmin-gun obtiene éxitos asombrosos.
Todas las noticias que llegan del campo de batalla son negativas para los estadounidenses.
En Washington el Presidente Harry S. Truman y sus principales consejeros intentan discernir las intenciones del enemigo.
¿Se trata, como temen, de un ataque ordenado desde Moscú? ¿Están actuando los soldados norcoreanos como meros peones de la Unión Soviética? ¿O no es más que una maniobra de distracción, la primera de una posible serie de provocaciones comunistas en todo el mundo?
Truman decide utilizar las fuerzas estadounidenses, y más adelante de Naciones Unidas, para poner freno a la agresión comunista en Corea.
La guerra de Corea durará tres años, no tres semanas, y será una guerra sangrienta en la que fuerzas estadounidenses y de Naciones Unidas limitadas se enfrentarán a un adversario numéricamente muy superior en un terreno extraordinariamente inhóspito, consiguiendo neutralizar esa ventaja numérica gracias a su abrumador armamento y tecnología.
Para los soldados estadounidenses y de Naciones Unidas el peor enemigo, a menudo más hostil que los propios soldados norcoreanos o chinos, era el espantoso frío que llevará a algunos a calificar aquella "pequeña guerra" como "la más horrible del siglo",
Los pliegues del terreno contrarrestarán la ventaja armamentística estadounidense y muy en particular el uso de vehículos acorazados, pues ofrecen innumerables cavernas y otras formas de cobijo al enemigo.
Años después, Acheson afirmará que: "Si todos los sabios del mundo se hubieran congregado para determinar el peor lugar posible desde el punto de vista político y militar para aquella condenada guerra habrían elegido por unanimidad Corea".
La guerra de Corea no será una gran guerra nacional en la que se unirá todo el pueblo estadounidense como lo había sido la Segunda Guerra Mundial, ni tampoco, como la de Vietnam una generación después, una guerra obsesionante que lo dividirá, sino un conflicto desconcertante, gris y muy distante, que se prolongará indefinidamente sin esperanza de solución y sobre el que la mayoría de los estadounidenses, salvo los que combatan allí y sus familiares cercanos, preferirán saber lo menos posible.
Décadas después, aquella guerra aún continúa excluida de la conciencia cultural y política estadounidense y a veces parece haber quedado huérfana en la historia.
Uno de los mejores libros publicados sobre ella es éste que lleva el idóneo título de "La Guerra Olvidada".
Cada uno de los soldados enviados a Corea tendrá sus propias razones para el resentimiento.
Unos, que ya habían participado en la Segunda Guerra Mundial, están en la reserva y tendrán que abandonar de mala gana sus empleos civiles por segunda vez en menos de diez años para combatir en el extranjero, al otro lado del océano, mientras la mayoría de sus compatriotas permanecían en sus casas.
Otros, veteranos de la Segunda Guerra Mundial, que habían decidido permanecer en el ejército, se sentirán horrorizados por el patético estado de éste en las primeras batallas contra el ejército norcoreano.
Y es que, en ese momento inicial del conflicto, el ejército estadounidense está escaso de personal y posee unidades poco entrenadas y armamento anticuado o defectuoso, a lo que se sumará el sorprendentemente bajo nivel de los mandos.
A esos veteranos les desasosegará el debilitamiento que sufrido por el ejército desde el final de la Segunda Guerra Mundial, su pérdida de profesionalidad y de fuerza y el mal estado en que se hallaba al principio de la guerra de Corea.
Cuanta más experiencia tienen, más desmoralizados se sentirán por las condiciones en que habrán de luchar.
El peor aspecto de esta guerra será la propia Corea. Para un ejército que depende tanto de su producción industrial y del consiguiente uso de maquinaria militar, especialmente de los tanques, será el peor tipo de terreno.
El territorio de países como España o Suiza es muy montañoso, pero cuenta con planicies en las que se puede aprovechar el potencial de los tanques fabricados en los países industriales avanzados, pero en Corea, al otro lado de cada cordillera hay otra.
La brutalidad de la guerra de Corea nunca penetrará realmente en la conciencia cultural estadounidense.
En ella morirán alrededor de 33.000 soldados estadounidenses y otros 105.000 caerán heridos. Las bajas del ejército surcoreano ascenderán a 415.000 muertos y 429.000 heridos.
Las autoridades chinas y norcoreanas mantendrán un riguroso secretismo sobre sus bajas, pero los funcionarios estadounidenses estimarán alrededor de 1.500.000 muertos.
En Corea, la Guerra Fría se tornará durante un tiempo en guerra caliente, incrementando las considerables (y crecientes) tensiones entre Estados Unidos y el mundo comunista y profundizando las grietas abiertas en Asia.
Aquellas tensiones y divisiones entre ambos bloques del mundo bipolar se agravarán aún más cuando los errores de cálculo estadounidenses provoquen la intervención de la República Popular China.
Cuando todo haya pasado y se llegue a una tregua, ambos bandos cantarán victoria, pese a que la división final del país apenas diferirá de la que existía cuando empezó la guerra; pero Estados Unidos sí habrá cambiado; su visión estratégica de Asia ya no será la misma y también se habrá alterado mucho la correlación de fuerzas políticas en los propios Estados Unidos.
Escrito por David Halberstam, el libro "La Guerra Olvidada: Historia de la guerra de Corea", que fue publicado, en noviembre de 2008, por Editorial Crítica, tiene 860 páginas y puede ser adquirido por un precio de 39,00 euros.
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