La batalla de Torreón fue una de las más difíciles y duras de cuantas libró la División del Norte. Después de la toma de la ciudad, el general Francisco Villa, el Centauro del Norte, decidió situar el campamento en un llano próximo, justo en medio de un macizo de sauces cuyas sombras resguardaban del sol inclemente a los guerrilleros.
Hasta ese lugar llegaban a diario sinnúmero de comerciantes que iban a ofrecer sus productos a los revolucionarios.
Pululaban los vendedores por entre la tropa, y aquello, más que parecer una guarnición militar, parecía un tianguis dominical.
El general, como era su costumbre, atendía sus asuntos lejos del bullicio, acompañado únicamente de sus hombres de más confianza y protegido por los más temibles miembros de su escolta privada.
Don Francisco Villa estaba harto de tratar con vendedores; tan solo esa mañana había tenido que lidiar con tres: uno que le quería vender bicicletas y que afirmaba que era más eficiente una carga ciclista que una carga de caballería; el segundo le ofreció armaduras españolas y el tercero traía en venta sombreros charros ribeteados en hilo de oro y plata.
Fastidiado, Villa los había corrido del lugar, no sin antes advertirles que les rellenaría la barriga con plomo si no se largaban de inmediato, cuando, de pronto, el licenciado en Derecho, Feliciano Velasco y Borbolla de la Fuente acude a mostrarle un invento formidable que será de gran provecho para la Revolución, una guillotina.
Con este invento se creará el terror entre las tropas enemigas, cualquiera que se atreva a enfrentar a la División del Norte lo pensará dos veces y, además, se podrá ajusticiar a los prisioneros sin necesidad de andar gastando parque, el cual, como todos saben, está rete escaso y no vale la pena desperdiciarlo en otros menesteres que no sean los de la guerra misma. Con ese aparato ya no será necesario fusilar al enemigo.
Al Centauro del Norte no solo la idea le parece bien, sino que, en un gesto de humor, decide pagarle al licenciado Velasco de una manera sorprendente: obligándole a alistarse en la División del Norte.
Guillermo Arriaga nos transporta a una de las épocas más heroicas y crueles de la historia contemporánea: la Revolución Mexicana. Es el momento de prepararse para saltar a los caballos, acomodar espuelas, cortar cartuchos con las carabinas que traen en sus monturas, salir disparados hacia el campo de batalla, levantando a su paso tremenda polvareda, y soltar balazos sin ton ni son como si no se fueran a morir nunca.
"Escuadrón Guillotina", que fue publicada, en 1994, por la editorial Debate, tiene 140 páginas.
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